Siempre he sido de tener gatos. Se bañan solos, encuentran siempre su camino, matan los ratones. ¡Te añoñan y se añoñan y ronronean! Los perros que ha habido en casa siempre han sido traviesos, a los vecinos les molestan, entre otras cosas. Pero el tiempo ha pasado. Los vecinos se han puesto viejos. Nosotras ya no somos las 4 muchachas que andábamos espeluzás por ahí… Embuste! Mi pelo sigue salvaje, pero solo yo, sigo aquí!
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Madre y yo, vivimos solas. Sin carros de lujo, pero carros al fin. Sin pistolas, pero con bates. Con una guapería encima, pero que no vea a nadie por la ventana porque me desmayo. Esa es mi peor pesadilla. Pueden robarse los aguacates, pueden meterse a guayarme el carro, pueden verme por las rendijas en mis batas de vieja, pero que yo no los vea. Esa sensación es tormentosa. Así que toco adoptar un can.
El plan era de un perro macho, pero Firulais murió, que en paz descanse su joven alma. Encontrarlo sin vida me partió corazón. Y entonces, justo después de tomar las vacaciones que nos robó RR, (por no querer dejar la silla), retomamos la búsqueda de un perro. Y así, llegó Luna.
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Luna, llegó tranquila, sucia, temerosa de las puertas o de los umbrales en general. Y yo me convertí en dueña de una perra, sin saber que carajos me esperaba. Al principio no fue fácil. Aunque ella era bien tranquila, el cambio de lugar, el ambiente, el patio, acostumbrarse esos primeros días, sería difícil. Y entonces tocó el patio, rompió la cama que le compré, hizo sus gracias en la terraza, se despertaba a las 3:00 de la mañana no sé por qué razón. Y yo me sentía que tenía una hija. En la vida real, no tengo criaturas humanas, pero esta cachorra estaba y aún, pasa por una.
So, la Luna ya tiene 12 meses y es el espíritu más libre que he conocido. Esta muchacha brinca la verja como si fuera Culson. Brinca la verja solo por relajar. Es como que: Miren, todos, lo que puedo hacer, miren esta facilidad, esta verja it´s my bitch. Que perra ésta, más aguzá!
Y todo esto eran señales, de en lo que iba a parar la travesía con la Luna.
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Y llegó el día en que la envenenaron. No sé por qué, no se cual fue el objetivo, no se quien hace eso estos días. Seguramente alguien de corazón dañado, peor que uno con los triglicéridos en 310. Ese día me di cuenta del amor que sentía por ella. Ese día llegué tarde al trabajo, era una emergencia. Salí despavorida cuando la escuché convulsar. Sus ojos casi perdidos, pero tratando de volver a mí, mientras le decía Luna soy yo, despierta. Fue horripilante el suceso. Luego de eso salió brincado del patio. Lo último que vi fue a Luna, toda negra, en el pastizal dando unos saltos de más de 5 pies. Como tratando de liberarse de algo, batallando con lo que le estaba pasando. La busqué y no la encontré. Me fui a trabajar, pidiéndole a Mother Nature, que le enseñara el camino. Que la devolviera a casa. Que apareciera bien. Y así fue. Luna volvió 5 horas más tarde a casa, mojada, agotada, liberada. Esto de pedir con tesón funciona. Le agradecí tanto a Mother Nature, por traerla de vuelta.
Entre tanto, la perra se hizo adicta a los aguacates. La hijaeputa los “joceaba”. Eran 4 a 5 por día. Tenía hambre: un aguacate, no tenía hambre: otro aguacate, se aburria: déjame comerme un aguacate. No me han dado un snack: déjame comerme este aguacate. Se levantaba y antes de irse a pasear, un aguacate. No en balde ella tiene ese pelaje tan brilloso y espectacular.
El año se fue, con 50 quejas de Mami sobre Luna y 35 amenazas de “mira a ver que haces con la perra, que ya no la quiero aquí, busca a donde llevarla” seguidas de “Toma Luna, una galletita! Sentada! Muy bien, Luna!” Salió conquista corazones la perra.
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El año se fue y éramos 3 despidiéndolo. Llegaron los temblores y éramos 3 las asustadas. Al punto de encuentro, Luna siempre llegaba aunque estuviera paseando por el vecindario. Encontré que reconocía mi tono particular de: “dónde estás, ven rápido” con solo llamar su nombre. En las noches del “Aftershock” estrechamos lazos. Solo éramos ella y yo, la noche, los temblores y la otra Luna; aquella que vigilaba mi sueño. Siempre estaba pendiente de los temblores. Temblaba y aunque estaba en la jaula, se ponía en modo de alerta, esperando instrucciones. Siempre estábamos pendientes la una de la otra. Para mediados de febrero hubo 2 temblores fuertes, con 58 segundos de diferencia. Yo me había quedado semi dormida en mi cuarto. Los sentí y me quedé en la cama con la almohada encima de la cabeza, no fuera a marearme o que se yo. Cuando acabaron y salí, Luna estaba parada dentro de su jaula, mirando para dentro de la sala a ver porque yo no salía. Siempre estaba pendiente.
El suceso que en definitiva me hizo reconocer lo importante que es Luna es mi vida, fue cuando la atropellaron el lunes pasado. Tiene esta manía de ponerse a correr sin control, con su amiga Meghan, que es la perra del lado. Y yo diciéndole que dejara de correr, que viniera para acá que venia un carro y fum! que frenó con la goma de la guagua que venía. Bueno fue que la persona venia suave y frenó justo a tiempo. En ese preciso momento hicimos contacto visual y ella me miró como que hasta aquí llegue, mientras chillaba desconsolada, mientras yo gritaba Luna! Soltando lo que tenía en la mano, corrí a rescatarla en mi bata de vieja. Es algo extraño lo que se siente, no podía ni pensar. Me bañe, me vestí y la monté en el carro como si fuera lo último que hiciera bajo ese aguacero y con esas chancletas resbalosas.
La Luna sigue viva, es amante de los aguacates y caza y se come las iguanas con tal afán, como si supiera que las detesto. Pero no sabe que detesto más cuando las trae podridas, como un presente. Como hacen los gatos cuando matan las ratas. No Luna, no eres una gata y no me gustan tus presentes.
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Una vez se adopta una mascota, es que haces lo que sea por ella. Es increíble. Es estúpido. Es amor.
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