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MEMORIAS DE UNA GUAYABA

Sobreviviendo y combatiendo. Luchando y diciendo lo que pienso. Y claro, incomodando siempre. 

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Melinna Reyes

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13 años

Foto del escritor: Melinna Rey.RodzMelinna Rey.Rodz

Actualizado: 19 jun 2020

13 años.


Déjenme y les hago una historia. Llevo más de 10 años comprando y guardando todo esto. Quería mi cocina. Quiero mi cocina. Era lo más que anhelaba. Tenía un novio con el cual llevaba casi los mismos años que con todas estas cosas. Anhelaba compartir la cocina con el. Anhelaba servir en estos platos. Beber chocolate caliente en estas tazas. Tirar las fotos que le tiro a la comida estos días, pero en mi cocina, con mi vajilla.



Luego de 5 años de felicidad imparable, infinita, genuina, de amor y de ser amantes, porque nos amábamos, todo cambió. Cinco años y ese hombre no me comprometía. 5 años y tuve que darle un ultimátum, a sabiendas que ya lo había perdido. Es cierto lo que dicen de los ultimátums, si tienes que darlos, ya todo se fue por la ventana. Luego de 5 años lo dejé y cada uno tomó su camino. Lo dejé, con dolor, uno que no comprendía. Estábamos enamorados, ¿no es eso suficiente? No, no lo es. No lo era.


Lo dejé, pero no nos dejamos nunca. Entramos en este ciclo vicioso, de FaceTime, de ritos, de encuentros furtivos, de intentos fallidos, de peleas, de oportunidades, de alegrías esporádicas, de desespero, de traición, de desamor. De ver los primeros amaneceres del año en la playa. De estar, pero no estar.


Y es difícil, para mi era difícil. Mi primer amor. Todo era nuevo, todo lo que sentía era nuevo, experiencias nuevas, aventuras, adrenalina. Lo recuerdo y me contento. Éramos felices.


Pero en nuestros caminos, crecimos. Nuestras metas cambiaron. Nuestras luchas eran distintas. Yo luchaba por la patria, por el ambiente, contra la corrupción, (como siempre). Mientras, el luchaba por su casa, aún. Crecimos y nuestras prioridades cambiaron, nuestra paciencia disminuyó. Aunque sobraron las oportunidades, decidí no entregarme completamente a él otra vez. No podía permitirlo. Luego de 5 años de felicidad genuina, y no quiso comprometerse, ¿por que lo haría ahora, que somos personas tan distintas a las de aquellos días?


Nada de lo que hiciera el, me haría feliz, no como antes. Y eso era lo que yo quería: aquella felicidad, la genuina, la que no me la podía quitar nada ni nadie. Y ahí es que está el dolor. Justo ahí. Nada de lo que yo hiciera, lo haría feliz. Ni hacer planes, ni escoger puertas, ni retollar arbustos, ni guardar toda esta colección de cocina, ni comprar una estufa.


Pasé 8 años preguntándome: ¿por qué ese hombre no se casó conmigo? No quería. Eso era todo. No quería a la Melinna luchadora, a la profesional que estudió en la universidad, a la que dice malas palabras, a la consciente, a la que planifica, a la que le entra la depresión, a la que cocina, a la que escribe y tiene un blog, a la que anda sin brassier, a la que no se maquilla, a la ordinaria, a la que protesta, a la que no tiene miedo, a la que dice lo que piensa. A la del afro. A la que ya no tiene los dientes chuecos.


Por lo que el recuerdo de ese amor, pero más de esa alegría ridícula que existía en mi y que tú me dabas, lo guardé en una caja bien bonita.



El no decidir, también es decidir. El decidir que nada pase, también es decidir. Lo que íbamos a dar, ya lo dimos; en aquel tiempo. Ya después, estábamos a medias o a menos.



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